Shorts // Ubuntu 22.10

El sistema operativo de Canonical prosigue su concienzuda andadura y ya vamos por la versión 22.10, una iteración para entusiastas centrada en la incorporación de nuevas tecnologías y pruebas de cambios en la interfaz con soporte de 9 meses, mientras el público más conservador sigue disfrutando de la versión de soporte largo 22.04 LTS.

Ubuntu 22.10 incluye todo el software puesto a la última, que si el kernel 5.19, Gnome 43… A mí lo que más me llama la atención es la adopción de PipeWire, un desarrollo de Red Hat que puede que nos pase desapercibido pero que llega para reforzar las capacidades en temas de audio y vídeo a nuestro GNU/Linux favorito.

De manera más «palpable» nos encontramos con diversos cambios menores en la interfaz respecto a la anterior versión, aunque también toparemos con ciertos errores en el centro de configuración del sistema, algún error de inconsistencia con el tema oscuro con alguna aplicación y algún error de traducción. Además, nos encontraremos con que han desaparecido los botones rápidos en la aplicación del gestor de archivos de «vaciar papelera» o de «desmontar unidad», utilidades que ahora sólo aparecerán en el menú desplegable al pulsar con el botón derecho sobre la papelera o la unidad que deseemos desmontar.

En todo caso, si obviamos estos errores menores, Ubuntu 22.10 funciona estupendamente (al menos en mi equipo), sin embargo, excepto por querer estar «a la última», no se puede comparar a lo depurado de Ubuntu 22.04.1 LTS.

Windows 11 22H2 lo vuelve a hacer…

Lamentablemente, el caso de Windows 11 y sus trabas tontas continúa.

Hubo un tiempo en el que Windows 11 se negaba a instalar en mi ordenador porque requería TPM 2.0 y un procesador compatible. Y mi procesador sí que era compatible, pero Microsoft no lo consideraba así, así que no se me permitía actualizar de Windows 10 a Windows 11 directamente, pero sí realizar una instalación desde cero sin problemas.

Una vez instalado Windows 11, legalmente y correctamente, sin trucos, todo fue bien durante estos meses. Y ahora llegó la esperada versión Windows 11 22H2 y resulta que volvemos a las andadas. Esta actualización «gorda» no se instala automáticamente en mi equipo, de nuevo, por «no ser compatible».

Esto no hay por donde cogerlo. Desde Windows 11, Microsoft me dice que no se puede actualizar mi equipo a Windows 11. De modo que, ¿¿para actualizar Windows 11, necesito borrarlo todo y volver a instalar mi equipo mediante un USB desde cero?? Increíble.

Y sí, yo sé hacerlo y, relativamente, no me cuesta nada realizar una instalación completa excepto tener que invertir unas dos o tres horas en ello, pero habrá otras personas que no sean tan hábiles o, simplemente, no se planteen que, teniendo Windows 11, vayan a requerir borrar todo para instalar actualizaciones. Y es que la versión 22H2 salió hace ya un mes y el sistema no nos informa de nada, todo parece ir bien, todo parece estar a la última, y, sin embargo, resulta que vamos «retrasados». Para retrasados, parece que los responsables de Windows 11.

¡¡Es que no me cabe en la cabeza!! Me parece inconcebible que para actualizar un equipo 100% compatible y que ya corre el sistema operativo original, haya que crear un USB aparte y realizar una instalación «limpia», perdiendo todas las configuraciones y personalizaciones que has realizado durante meses. Increíble…

El «efecto» Vim

De un tiempo a esta parte, apareció en escena el gran Visual Studio Code y se hizo con el cariño de gran parte de la masa de desarrolladores del planeta. Este editor de texto, surgido de Microsoft y realizado en Electron, consume bastantes recursos debido a su desarrollo en Javascript como aplicación de escritorio, pero a cambio ofrece una funcionalidad, una sencillez de adaptación y desarrollo/instalación de plugins, inmensas, y que han encandilado a todo tipo de desarrolladores de software.

Y cuando parecía estar ya todo el pescado vendido, la comunidad avanza un paso hacia atrás (no en mal sentido) y no son pocos los desarrolladores que se están pasando de VSCode hacia el, a priori, arcaico Vim.

¿Por qué usar un editor basado en la terminal y en atajos de teclado existiendo opciones más «modernas»? ¿Es realmente por la «velocidad» que puede aportar Vim?

EL EFECTO VIM

Pero el caso es que un programador «de corazón» disfruta con las dificultades. El «efecto Vim» creo que es algo inherente a un programador. Es decir, cuando uno elige tirar por el camino de la programación, es porque le gustan las dificultades y su mente se estimula con el aprendizaje y resolución de tareas complicadas (excepto los que sólo buscan la pasta o se lo toman como un trabajo más). Cuando uno se dedica al desarrollo de software por pasión, seguramente es gente que ya de niños tenían que desmontar cachivaches y saber/ver cómo funcionaban internamente. Y de mayores esta curiosidad no desaparece; no basta con aprender un lenguaje y dedicarse a una tarea toda la vida. Normalmente, los desarrolladores no se estancan en un trabajo o en una tarea, sino que tienden a aburrirse cuando ya saben cómo hacer las cosas y entran en monotonía.

Es habitual que un programador esté continuamente aprendiendo nuevos lenguajes de programación, nuevos frameworks… nuevas tecnologías que estimulen su curiosidad. Y eso es lo que pasa con Vim. Visual Studio Code es una herramienta, que está muy muy bien para su cometido, pero tras un tiempo de uso, ya se domina, y entra en la monotonía. Y Vim representa, para los usuarios que nunca lidiaron con él, ese algo nuevo y excitante, ese editor «difícil» y enrevesado del que todo el mundo está hablando y al cual visibles personalidades de la programación se están pasando.

LA REALIDAD

Seamos realistas. Normalmente un programador no es más productivo por escribir código más o menos rápido, sino por tener claro lo que quiere hacer. Mucho trabajo del desarrollador es investigación y pensar y planificar las cosas que quiere realizar y cómo las quiere llevar a cabo. Escribir el código es sólo una parte de su trabajo, y con VSCode, Emmet o el novedoso Copilot de GitHub, la tarea de edición del código ya está bastante acelerada.

Vim es complicado. Es complicado de aprender y es complicado de utilizar. Se requiere mucho tiempo para estudiarlo, mucho tiempo para dominarlo y mucho tiempo también para configurarlo y ponerlo a funcionar al gusto de cada uno. Mucho tiempo, valiosas horas, que se podían invertir en escribir código con las herramientas conocidas. Pero Vim representa ese nuevo caballo a domar, un aliciente irresistible para gente aburrida del omnipresente Visual Studio Code, el cual, en su día, representó justo lo mismo: la novedad, el editor de moda, el «algo nuevo» y diferente que aprender y usar.

Yo conozco Vi desde hace años, y aprendí lo justo para poder leer o editar un texto rápido. Ahora, picado por el gusanillo, he profundizado un poco más en sus entresijos, los buffers, los tabs, .vimrc, los plugins… Realmente se puede hacer mucho más con él de lo que pensaba y también se puede potenciar mucho el Vim básico con todo tipo de añadidos, pero para mí seguirá siendo el editor rápido y secundario al que echar mano para algo puntual.

Por ahora, VSCode no tiene sustituto para mí, ni en velocidad ni en utilidad. Pese a lo «pesado» que es, funciona holgado en equipos bastante antiguos. Y qué decir de poder usarlo desde cualquier navegador sin tan siquiera tener que tenerlo instalado en nuestro equipo, pudiendo echar mano incluso de una tableta en cualquier lugar y poder escribir código con nuestro editor favorito.

Total, que en la variedad está el gusto, así que, que cada uno sea feliz construyendo software con las herramientas que más le hagan disfrutar del proceso.

Dark Reader, modo oscuro everywhere

Como persona que sufre las fastidiosas «moscas volantes» en la visión, la adopción del modo oscuro me ha resultado fantástico para poder eludir este problema cuando me pongo a leer en una pantalla retroiluminada. De este modo, desde hace un tiempo vengo disfrutando del modo oscuro, tanto del sistema operativo como de las webs y aplicaciones que lo soportan, así como también en el dispositivo móvil.

Windows, Linux, Android, GIMP, LibreOffice, Notepad++, el ecosistema Google… A estas alturas, ya son muchas empresas y desarrolladores los que se han puesto las pilas en ofrecer algún tipo de modo oscuro nativo en sus servicios y aplicaciones. Hay una gran traba todavía, y ésta se trata de la gran cantidad de páginas web que todavía existen y que no contemplan la utilización de un modo oscuro, bien sea porque adaptarlas sería demasiado costoso o bien se trate de decisiones personales de diseño de sus propietarios. WordPress.com, Amazon, Strava, PC Componentes… sin duda, se podría confeccionar una lista sin fin, pues yo diría que la mayoría de la web está construida en base blanca.

Por suerte, y por pura casualidad, Brais Moure puso ante mí una excelente solución que no me había ni planteado. Se trata de, simplemente, instalar en nuestro navegador preferido una extensión llamada Dark Reader.

Una vez aplicada esta extensión, toda web que visitemos pasará automáticamente a unos agradables tonos oscuros bastante bien logrados, donde, además, podremos editar los colores y configurarlos a nuestro gusto si así lo deseamos. También será muy sencillo activar y desactivar la extensión.

Y ya está, gracias a Dark Reader tendremos todo listo para disfrutar de una web oscura sea cual sea el sitio web que visitemos.

Con este blog ocurre lo comentado que sucede con otras webs: al haber sido construido hace años, donde no se contemplaban los modos oscuros, actualizarlo para usar un modo oscuro es inviable. Lo que sí he hecho ha sido actualizar los colores de fondo y de la imagen de cabecera para que se adapte más o menos bien tanto al navegar en modo claro como para quien quiera hacer uso del susodicho plugin Dark Reader o similares.

Windows 11, lo que se da, ¡¡no se quita!!

Santa Rita Rita, lo que se da no se quita. Así reza el dicho popular que Windows 11 ha incumplido conmigo.

A finales del 2019 compré el ordenador que me sigue acompañando en el día a día y en el que ejecuto todo tipo de programas y juegos de manera impecable. En aquel entonces adquirí un equipo sin sistema operativo, como de costumbre, donde luego instalaría un sistema desde cero a mi elección, sin bloatware y con mis particiones y configuración personalizada.

UN ERROR AFORTUNADO

Por algún motivo que desconozco, tras instalar la versión de Windows 10 de prueba, Microsoft activó Windows 10 Home en mi equipo. O sea, sin pagarlo y sin hacer nada extraño, nada más el ordenador se conectó a internet para realizar las primeras configuraciones, se me otorgó una licencia. Supongo que mi equipo fue validado como un OEM o algo así, no sé.

Desde entonces he gozado de un Windows 10 legal sin haber pasado por caja y sin ningún problema, con lo cual… gracias. Entonces instalé Windows 11. Como ya había una licencia asociada a mi equipo, cuando Windows 11 se conectó a la red volvió a activarse automáticamente.

Windows 11 ha resultado ser un sistema en el que estoy muy cómodo y que me parece que tiene una interfaz muy refinada, todo bajo el mismo funcionamiento impecable que me ofrecía Windows 10.

UN DESAFORTUNADO ERROR

Entonces, tras más o menos un mes de uso, recibí una jarra de agua fría, pues Windows 11 retiró de mi equipo la licencia de la estuve disfrutando durante más de dos años.

Si bien no puedo quejarme de que se hayan dado cuenta del error que cometieron en su día, siguen pasando cosas extrañas. Y es que, bajo Windows 10 sigo disfrutando del sistema operativo con la licencia activada, mientras que Windows 11 me la retira, aparentemente por un «reciente cambio de hardware»… que no ocurrió.

En cualquier caso, esto de la activación ahora que Windows se sumó al lifetime free upgrades, me parece que solo siguen siendo más trabas tontas que Microsoft tira contra su propio tejado.

Pasar de un modelo de «compra mi software e instálalo en el ordenador que quieras» a «compra mi software e instálalo solo en un ordenador» es algo que, inevitablemente, crea una cultura de necesitar crear obsolescencia de los equipos de los usuarios, cosa que, tal y como va el mundo, no es nada bueno ni para el usuario ni para el planeta.

Igual que la Unión Europea intenta meter mano contra los grandes monopolios, creo que también deberían legislar estas cuestiones. Es decir, que te compres un programa y no puedas instalarlo cuantas veces necesites y donde lo necesites… no tiene sentido.


Y que la gente no te quiera…

¿Tiene futuro la programación web?

Cada vez hay más y mejores cursos y más gente interesada en la programación web, siendo esta una profesión en auge, pues cada empresa o autónomo cada vez necesita más presencia en la red.

No solo basta con tener presencia en la red, sino que el pack web más aplicación móvil es cada vez más necesario para cualquier negocio.

Sin embargo, están apareciendo multitud de soluciones que nos permiten crear, sin tocar código o casi sin tocarlo, tanto aplicaciones móviles como páginas web con todo tipo de funcionalidades. Da la sensación de que la industria tiende a necesitar cada vez más diseñadores y menos programadores.

Yo creo, al menos a medio plazo, que esto se va a traducir en más necesidad de programadores. Los servicios de creación de páginas y aplicaciones automáticas creo que funcionan para pequeñas empresas y autónomos, como su primer escalón para integrarse en internet, con páginas que se suelen asemejar mucho unas a otras y soluciones creadas para un bajo flujo de datos.

Considero que, a medida que estas pequeñas empresas o autónomos pasen ese primer contacto con la web y vayan creciendo en demanda, apreciarán la conveniencia de contar con una web de diseño más personal y profesional, así como el desarrollo de unos servicios que se ajusten mejor a sus crecientes necesidades.

The path to Windows 11

Windows 11 se anunció a mediados del 2021 y este anuncio provocó muchos dilemas y no pocos dolores de cabeza a los que ya eran felices usuarios de un muy pulido Windows 10.

Muchos usuarios no entendimos esta decisión, pues, con Windows 10, los de Redmond parecían haber adoptado la filosofía de las distribuciones GNU/Linux, donde los cambios se van implementando de manera paulatina en revisiones periódicas. De todos modos, siguiendo con la filosofía actual de Microsoft, la actualización a Windows 11 sería gratuita para usuarios con licencia de Windows 10, con lo cual, en principio, tampoco suponía ningún problema a mayores si Microsoft quería cambiar la nomenclatura de su sistema operativo.

Lamentablemente, Windows 11 traía consigo nuevas restricciones hardware que iban a representar los verdaderos quebraderos de cabeza para muchos de los usuarios de Windows 10. Y es que, por una parte, Windows 11 incorporaba una buena reforma estética y muchas novedades interesantes, como la posibilidad de ejecutar aplicaciones exclusivas de Android, o diversas mejoras para desarrolladores, entre otras, todo dentro de un sistema que seguía siendo familiar, un sistema que, efectivamente, parecía más bien una reforma de Windows 10 a nivel interfaz. Pero, como decíamos, la problemática vino de los nuevos requerimientos hardware, que iban a impedir actualizar el equipo al nuevo sistema de escritorio para múltiples usuarios de Windows 10. Por un lado, se requería compatibilidad con TPM 2.0, un chip de seguridad del que no todos los usuarios disponían; por otro, subían las exigencias de memoria y de procesador. Sin ir más lejos, procesadores como mi Ryzen 5 de la serie 1000 parecían quedarse fuera. Y, como no, siguiendo con las malas noticias, Windows 10 vería terminado su soporte a finales de 2025, que, aunque esto ocurriría diez años después de su lanzamiento, nadie se lo esperaba y sólo sumaba malas noticias para sus felices usuarios, al igual que el hecho de que se aprovechaba la jugada para terminar con las versiones de 32 bits de Windows.

Actualmente, Microsoft rectificó ligeramente su planteamiento y permite instalar Windows 11 desde cero (no actualizar) sin estos requerimientos, aunque advierten que «podrían aparecer problemas de seguridad o no recibir todas las actualizaciones que vayan surgiendo para el sistema operativo».

PRUEBA Y ERROR

En todo caso, en cuanto Windows 11 salió al público quise echarle el guante, pero me topé con que mi sistema no era compatible con TPM 2.0 y mi procesador no estaba soportado. Lo del TPM lo busqué en aquel entonces en la BIOS, ya que mi placa no era tan antigua e igual existía la opción para activarlo, pero no encontré nada, así que supuse que no disponía de ese chip y desistí del tema. Han pasado varios meses y pude probar Windows 11 cuando puse en marcha aquel portátil Gibabyte G5, donde no sólo funcionaba bien sino que instaló todos los componentes a la perfección cuando con Windows 10 no sucedió lo mismo. Me había gustado la nueva interfaz en general y sus nuevas tipografías en particular, mejor adaptadas a las actuales pantallas LCD.

Y hete aquí que, por pura casualidad, recientemente me encontré con el término fTPM en la BIOS, una opción que otorga a los procesadores de AMD compatibilidad con en mencionado TPM 2.0, y que estaba desactivada. Tras activarla, intenté nuevamente actualizar con cierta ilusión a Windows 11 pero, otra vez, Windows Update no me lo permitía porque, al parecer, el nuevo sistema no soportaba mi Ryzen 5 de la serie 1000. Ocurrió que, estudiando un poco el tema, encontré que Microsoft considera a los Ryzen de la serie 1000 no aptos para Windows 11 porque los primeros no eran compatibles con TPM 2.0, sin embargo, algunos fabricantes sí integraron esa funcionalidad en sus placas base y ya no debería haber problema. Y así fue como, aunque no pude actualizar el sistema desde Windows 10 a Windows 11 bajo Windows Update, sí que se me permitió realizar una instalación limpia al nuevo sistema de Microsoft sin ninguna restricción y sin trucos, creando el USB de arranque directamente con la aplicación oficial. De nuevo, trabas tontas por parte de los de Redmond… aunque a mí no me supone ningún problema, pues habría hecho una instalación desde cero de todos modos. Trabas tontas como la obligación de estar conectados a internet o de usar una cuenta de Microsoft para poder instalar el sistema operativo.

¡BINGO!

Una vez ya operando bajo Windows 11, me he encontrado que finalizar la configuración a mis preferencias me ha resultado más sencilla de realizar que en Windows 10 y, por supuesto, que todo mi software cotidiano funciona perfectamente y que no se han olvidado de mantener esa funcionalidad que considero imprescindible de «Copias de seguridad y restauración (Windows 7)». También estoy disfrutando de su logrado tema oscuro y la desaparición de chorradas que sobraban y tenía que desactivarlas o esconderlas a mano en Windows 10, y lo mejor: ¡se han cargado a la pesada de Cortana! Pero sí es cierto que han pasado varios meses desde su lanzamiento y se aprecia que a la interfaz aún le falta un poco de pulido, pues ocurren algunas cosas extrañas. Problemas menores, en todo caso, similares, incluso diría menos graves, que los que estaban presentes en los inicios de Windows 10. Con todo, estoy satisfecho con el resultado final del nuevo Windows. Ya se habla de si estaremos ante el nuevo fiasco de Microsoft; para mí no estamos ante un nuevo caso de sistema fallido, pues el funcionamiento de Windows 11 es satisfactorio. Cuando nos cambiamos de Windows 98 a ME, aquel nuevo sistema estaba plagado de errores y por eso volvimos un paso atrás. Lo mismo cuando quisimos pasar de XP a Vista, donde el funcionamiento de este último dejaba mucho que desear. No estamos ante la misma tesitura; Windows 11 funciona perfecto, con apenas un par de detalles sin mayor importancia por pulir. Sería una lástima que la baja adopción de este sistema operativo, más por el rechazo que está causando el boca a boca que la realidad de su funcionamiento, terminara truncando el futuro de esta nueva iteración de Windows. Hay que decir que yo comienzo usando la versión 21H2, mientras que se espera para pronto la 22H2, versión que vendrá a solucionar gran parte de los problemas que le están achacando al nuevo Windows.

Bien es cierto que opino que no había por qué forzar las cosas. Windows 10, convertido en rolling release, lo estaba haciendo muy bien; la cuota de mercado lo demuestra. Funciona muy fino y ofrece un buen rendimiento. Los cambios mayores que incluye Windows 11 podían haberse colado bajo el mismo nombre de Windows 10 y haber subido un poco sus requerimientos de memoria y de procesador, al igual que ocurre en el mundo GNU/Linux a medida que pasa el tiempo y evolucionan los sistemas. Lo que ocurre es que una empresa como Microsoft no puede introducir mejoras en el sistema operativo que supongan un aumento significativo en el requerimiento de memoria o de procesador, pues puede dejar tiradas a miles de empresas de la noche a la mañana con una actualización. En ese sentido, empaquetar unas nuevas especificaciones bajo un nuevo nombre es lo más adecuado, mientras se deja el sistema anterior con soporte durante unos años para que las empresas puedan ir adaptándose. A los usuarios hogareños nos daría igual, que se llame Windows 10 ó Windows 11, pues no va a pasar nada porque en vez de 2 GB mínimos de RAM ahora sean 4 GB o porque la interfaz sufra un remodelado; el verdadero problema se debe únicamente al requerimiento del chip TPM 2.0 y al de Windows Hello, temas que podrían seguir siendo optativos, y tratar de educar en buenas prácticas de seguridad en lugar de obligar. En realidad, creo que la exigencia del TPM es el motivo tonto que puede hacer dar de bruces a Windows 11, pues siendo un sistema «gratuito» que a nivel de uso se siente más bien como una actualización de Windows 10, no veo por qué la gente no habría de darle una oportunidad. Unos tendrán un equipo sobrado para Windows 11 pero no dispondrán del dichoso chip criptográfico y no se podrán actualizar aunque quieran; otros, tendrán el TPM pero no serán «manitas» y no sabrán cómo activarlo. Y otros no se actualizarán simplemente por llevar la contraria a las imposiciones…

Para finalizar, quiero dejar un enlace a un artículo que me parece interesante, muy explicativo de las razones por las que Microsoft nos requiere el TPM 2.0 y el uso de una cuenta para usar Windows 11. Luego, cada uno que decida. Todos los equipos desde el 2016 deberían ser compatibles con TPM 2.0, ya que fue un requerimiento que Microsoft exigió a los fabricantes para certificar el hardware, así que tampoco es que tengamos que «estar a la última» para poder usar el nuevo Windows.

Shorts // Ubuntu 22.04 LTS

Hace apenas una semana que ha salido la versión final de Ubuntu 22.04 LTS, y he de decir que me encanta. Sistema estable, pulida interfaz, todo en su sitio… Seguramente, muchos esperarán a la primera major update 22.04.1 para confiar en la estabilidad del nuevo sistema de Canonical, no obstante, creo que la nueva LTS es un sistema que ya está maduro y preparado para entrar en tu computadora con garantías.

Puedes descargarlo desde su sitio oficial, como de costumbre.

Shorts // Ubuntu 20.04.4 LTS: así, sí

Anteriormente en este blog hablamos de Ubuntu 20.04.2 LTS, donde el sistema me daba ciertos problemas «tontos» que no deberían estar en una LTS ya curtida en su segunda update, por lo que mi sistema de trabajo terminó siendo Ubuntu 21.04, un sistema que, en entornos de producción, no es el más adecuado debido a su corta vida útil.

En cambio, he migrado mi escritorio a la última LTS de Ubuntu, y, ahora sí, ya he podido operar con el sistema sin ningún tipo de error ni durante su instalación ni en el uso diario, algo que no conseguía con una LTS en mi equipo desde hacía mucho tiempo.

Así que, Ubuntu 20.04.4 LTS, tú sí que vales.

Ubuntu en 2021

Tras unas cuantas iteraciones de Ubuntu que se negaban a funcionar correctamente en mi PC, teniendo que usar versiones «antiguas», por fin la versión 20.04.2 LTS parece ir… casi a la perfección, a excepción de unos cuantos errores durante la instalación, errores que se solucionaron al instalar las últimas actualizaciones.

El tema viene de lejos: desde la exitosa 18.04 LTS, ningún Ubuntu había cuajado bien en mi equipo, ni siquiera la 20.04 inicial. Estas versiones mostraban un insistente mensaje de error grave nada más iniciar el sistema al que no encontraba solución, y esto me ocurría tanto tras una instalación tradicional como tras una instalación en máquina virtual.

Trabajar en Ubuntu es siempre una experiencia reconfortante para mí, ya que, una vez te has familiarizado con el sistema operativo en años anteriores, da igual que vayan saliendo nuevas versiones ya que, aunque los cambios internos no dejan de aparecer, en cuanto al feeling del usuario éste apenas sufre variaciones. De este modo, si sabías configurar y tenías controlado donde estaba todo en versiones anteriores, sigues sabiendo cómo trabajar con él, con el añadido de que tendrás siempre un sistema «a la última» sin tener que preocuparte por ir actualizando manualmente los programas que utilices. También me gusta siempre lo rápido que es poner el sistema a punto para usar tras una instalación limpia, a diferencia de Windows, donde requiero varias horas de configuración antes de que el sistema funcione tal y como quiero, sin que haga «cosas raras» sin mi permiso y con todas las aplicaciones instaladas.

Ahora que el inesperado Windows 11 está a la vuelta de la esquina, y que todo augura que va a ser un sistema especialmente atractivo para desarrolladores con todo el buen desempeño al que nos ha acostumbrado Windows 10, no hay que olvidar que GNU/Linux aún está con nosotros y que todavía tiene mucho que decir para quienes le quieran dar una oportunidad.

Nota 17/08/21: Tras la prueba de Ubuntu 20.04.2 LTS vino la de Ubuntu 21.04, el cual, pese a ser en principio un sistema menos estable para entornos de producción, no me ha dado absolutamente ningún tipo de problema ni error. De este modo, aunque siempre he sido más partidario de usar las LTS para trabajar, en este caso me he quedado con la versión más reciente de Ubuntu en el escritorio.